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TOTEMS
Un buen día el viento cambió de dirección y ganó en intensidad, y nosotros caminábamos contra la arena que nos llovía sobre el cuerpo. Las huellas de nuestras pisadas se desvanecían de la superficie de la tierra en el momento mismo en que aparecían. Me esforcé por ver algo más allá del polvo rojo. Era como tener los ojos in¬yectados en sangre. Por fin hallamos refugio junto a la pared rocosa de una loma y allí nos apiñamos para pro¬tegernos del rigor del viento. Envueltos en pieles y sen¬tados muy juntos, pregunté:
—¿Cuál es exactamente vuestra relación con el rei¬no animal? ¿Cuáles son vuestros tótems, los emblemas que sirven para recordar vuestra ascendencia?
—Todos somos uno —fue la respuesta—, en sacar fuerza de la debilidad.
Me contaron que el halcón pardo que nos seguía re¬cordaba a la gente que algunas veces sólo creemos en lo que tenemos delante de las narices. Pero si nos eleva¬mos para volar más alto, obtendremos una visión mu-cho más amplia. Me dijeron que los Mutantes que mue¬ren en el desierto porque no ven agua y se enfurecen y se desalientan, en realidad se mueren de emoción.
La tribu de los Auténticos cree que los seres huma¬nos tienen todavía mucho aprendizaje evolutivo por delante como familia global. Cree asimismo que el uni¬verso sigue creciendo, que no es un proyecto acabado. Los humanos parecen estar demasiado ocupados en existir como para ocuparse de su auténtico ser.
Me hablaron del canguro, la silenciosa criatura, ha¬bitualmente apacible, que crece de los sesenta centíme¬tros a los dos metros de altura y cuya piel tiene los co¬lores de la tierra, desde el pálido gris plata hasta el rojo cobrizo. Ellos creen que los Mutantes le conceden de¬masiada importancia al color de la piel y la forma de los cuerpos. La principal lección que nos da el canguro es que él no retrocede jamás. No le es posible hacerlo; tie-ne que ir siempre hacia delante, aun cuando esté trazan¬do círculos. Su larga cola es como el tronco de un árbol y equilibra su peso. Muchas personas eligen al canguro como tótem porque sienten una verdadera afinidad con él y reconocen la necesidad de mantener una personali¬dad equilibrada. A mí me gustó la idea de hacer un re¬paso de mi vida y considerar que, aun cuando diera la impresión de que había cometido un error o había ele¬gido mal, en cierto nivel de mi existencia, era lo mejor que podía hacer en ese momento y que, a la larga, resul¬taría ser un paso hacia delante. El canguro controla también su reproducción y deja de multiplicarse cuan¬do las condiciones de su medio ambiente son adversas.
La sinuosa serpiente es una herramienta de aprendi¬zaje cuando observamos la frecuencia con que cambia de piel. Poca cosa se ha hecho en la vida silo que crees a los siete años sigue siendo lo que sientes a los treinta y siete. Es necesario desprenderse de viejas ideas, costum¬bres, opiniones y, a veces, incluso de viejos compañe¬ros. La serpiente no es menor ni mayor por despojarse de la antigua piel; sencillamente esta mutación es ne¬cesaria. No pueden recibirse cosas nuevas si no hay espacio para ellas. Alguien parece y se siente más joven cuando se despoja de su antiguo bagaje, aunque no lo es, por supuesto. Los Auténticos se rieron de mi idea porque a esta tribu le parece absurdo contar los años de edad. La serpiente domina el arte del encanto y del po¬der. Ambos son buenos, pero pueden ser destructivos cuando se vuelven irresistibles. Hay muchas serpientes venenosas cuyo veneno puede usarse para matar a seres humanos. Cumple bien ese fin pero, como tantas otras cosas, tiene también un propósito significativo, como es el de ayudar a la persona que cae en un hormiguero o a la que han picado avispas o abejas. Los Auténticos res¬petan la necesidad de intimidad de la serpiente, del mis¬mo modo que ellos precisan de un tiempo en soledad.
El emú es un ave de gran tamaño y fuerza que no vuela. Es de gran ayuda en la recolección de alimentos porque come fruta y, al evacuar las semillas a su paso, nos permite disfrutar de abundantes plantas alimenti-cias, en grandes extensiones. También pone unos huevos grandes de color verdinegro. Es el tótem de la fertilidad. El delfín es una criatura muy querida por los Auténti¬cos, aunque ya no tengan demasiado acceso al mar. El delfín fue la primera criatura con la que pudieron expe¬rimentar la comunicación de mente a mente, y demues¬tra que el propósito de la vida es ser libre y feliz. Ellos aprendieron de este maestro de los juegos que no hay competición, ni perdedores ni ganadores, sólo diversión para todos. La lección de la araña es no ser nunca avari¬cioso. Esta criatura nos demuestra que los objetos nece¬sarios también pueden ser bellos y artísticos. La araña nos enseña asimismo que nos volvemos narcisistas con excesiva facilidad.
Charlamos también de las enseñanzas de la hormi¬ga, el conejo, los lagartos, e incluso el brumbie, el caba¬llo salvaje de Australia. Cuando yo les hablé de ciertos animales en peligro de extinción, me preguntaron sí los Mutantes no percibían en el final de una especie un nuevo paso hacia el final de la especie humana.
Por fin cesó la tormenta de arena. Tuvimos que salir escarbando. Más tarde me dijeron que habían llegado a un acuerdo sobre el animal al que yo era afín. Para de¬terminarlo habían contemplado mi sombra, mis movi-mientos y la forma de andar que había adquirido cuan¬do se endurecieron mis pies. Me dijeron que dibujarían el animal en la arena. Con el sol brillando como un fo¬co ante mis ojos, utilizaron los dedos de manos y pies como pinceles. Apareció el perfil de una cabeza, a la que alguien añadió unas pequeñas orejas redondas. Me miraron la nariz y proyectaron su sombra en la arena. Mujer Espíritu dibujó los ojos y me dijo que eran del mismo color que los míos. Luego añadieron marcas de manchas y yo bromeé, diciendo que ya se me habían ta¬pado todas las pecas. «No sabemos qué animal es —di¬jeron—. No existe en Australia.» Tenían la sensación de que la hembra de aquella especie, tal vez mítica, era la encargada de cazar y que viajaba sola la mayor parte del tiempo. El bienestar de sus cachorros estaba por enci¬ma de su propia seguridad o la de su compañero. Luego Outa añadió sonriendo:
—Cuando las necesidades de este animal se han sa¬tisfecho, es pacífico, pero también sabe usar sus afilados dientes.
Yo miré el dibujo acabado y vi una onza.
—Si —dije—. Sé qué animal es. —Podía sentir afi¬nidad con todas las enseñanzas de aquel enorme gato.
Recuerdo el gran silencio que pareció reinar aquella noche, y pensé que el halcón pardo también debía estar descansando. La luna creciente brillaba en un cielo sin nubes cuando me di cuenta de que el día había transcu-rrido mientras hablábamos, en lugar de caminar.
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