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miércoles, 25 de abril de 2012

Las Voces del Desierto LA COSTURA

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LA COSTURA



Acabábamos de dar fin a la comida del día. Del fue¬go sólo quedaba el tenue resplandor de los rescoldos y las chispas que de vez en cuando saltaban hacia el cielo infinito en derredor nuestro. Algunos de nosotros es-tábamos sentados en círculo alrededor de las sombras danzantes. Los Auténticos, como muchas tribus de in-dígenas americanos, creen que es muy importante que uno observe a los demás miembros del grupo cuando están sentados en círculo, sobre todo a la persona que se sienta justo delante tuyo, porque esa persona es tu reflejo espiritual. Las cosas que admiras en ese indivi¬duo son cualidades propias a las que deseas darles pree¬minencia. Los actos, la apariencia y el comportamiento que no te gustan son las cosas de ti mismo sobre las que necesitas trabajar. No se puede reconocer en los demás lo que uno considera bueno o malo, a menos que uno mismo tenga las mismas debilidades y cualidades en algún nivel de su personalidad. Tan sólo difieren en el grado de autodisciplina y la fuerza de su carácter. Ellos creen que las personas sólo pueden cambiar de verdad por una decisión propia, y que todo el mundo tiene la capacidad de cambiar cuanto quiera de su propia perso¬nalidad. No hay límite para lo que uno puede eliminar o adquirir. También creen que la única influencia real que se puede ejercer sobre otra persona parte de tu pro¬pia vida, del modo en que actúas y de lo que haces. De¬bido a esta forma de pensar, los miembros de la tribu tienen el compromiso permanente de ser mejores per¬sonas.

Yo estaba sentada frente a Maestra en Costura. Su cabeza se hallaba inclinada en profunda concentración sobre una labor de remiendo. Ese mismo día, temprano, Gran Rastreador de Piedras había acudido a ella porque el pellejo de agua que llevaba atado alrededor de la cin¬tura se le había caído súbitamente. No era la vejiga de canguro llena del precioso líquido la que se había des¬gastado sino tan sólo la cinta de cuero que la sujetaba a su costado.

Maestra en Costura cortó el hilo natural con los dien¬tes. Se le habían quedado muy lisos y de la mitad de su tamaño original. Alzó la cabeza de la labor y dijo:

—Es interesante lo de los Mutantes y el envejeci¬miento, que se hagan demasiado viejos para ciertos tra-bajos, que tengan una utilidad limitada.

—Nunca demasiado viejos para el dinero —añadió alguien.

—Al parecer el comercio se ha convertido en un azar para los Mutantes. Vuestros negocios se iniciaron para que la gente colectivamente tuviera mejores pro¬ductos de los que podría conseguir por sí sola, y como un método de expresar el talento individual y formar parte de vuestro sistema monetario. Pero ahora el obje¬tivo del comercio es seguir comerciando. A nosotros nos parece extraño porque vemos el producto como una cosa real y a las personas como cosas reales, pero el comercio no es real. Un negocio es sólo una idea, sólo un acuerdo; sin embargo, el objetivo del comercio es se¬guir comerciando, a pesar de todo. Estas creencias son difíciles de comprender —comentó la Maestra en Cos¬tura.

Entonces yo les hablé del sistema de gobierno de la libre empresa, de propiedad privada, corporaciones, ac¬ciones y bonos, subsidio de desempleo, seguridad social y sindicatos. Les expliqué lo que sabía sobre la forma de gobierno en Rusia, y sobre las diferencias existentes en la economía de China y Japón. Yo he dado conferen¬cias en Dinamarca, Brasil, Europa y Sri Lanka, así que compartí con ellos lo que sabía sobre la vida de todos esos lugares.

Charlamos también sobre industria y productos. Todos estaban de acuerdo en que los automóviles eran medios de transporte útiles. Opinaban sin embargo que no valía la pena tener uno para ser esclavo de los pagos, verse envuelto posiblemente en un accidente que, con toda seguridad, causaría un conflicto con otra persona, convirtiéndola tal vez en enemiga, y compartir la limitada agua del desierto con cuatro ruedas y un asiento. Ade¬más, ellos no tienen nunca prisa.

Miré a Maestra en Costura, que estaba sentada fren¬te a mí. Yo admiraba muchos de los extraordinarios ras-gos de su carácter. Era versada en la historia del mundo e incluso en acontecimientos actuales, a pesar de que no sabía leer ni escribir. Era creativa. Me di cuenta de que se ofrecía a subsanar el problema de Gran Rastreador de Piedras antes de que éste se lo pidiera. Era una mujer con un propósito en la vida y lo cumplía. Me pareció que realmente aprendería muchas cosas si observaba a la persona que se sentaba frente a mí en el círculo.

Me pregunté qué pensaría ella de mí. Cuando for¬mábamos un circulo, siempre había quien se sentaba delante de mí, pero no competían por el puesto. Yo sa¬bía que uno de mis principales defectos era que hacía demasiadas preguntas. Tenía que recordarme de conti¬nuo que aquellas personas lo compartían todo abierta-mente, así que también me incluirían a mí cuando llega¬ra el momento oportuno. Probablemente para ellos era como un niño que no paraba de importunar.

Nos retiramos a dormir y yo seguía pensando en sus comentarios. El comercio no es real, sólo es un acuerdo; sin embargo, el objetivo del comercio es se¬guir comerciando sea cual fuere el efecto sobre las per-sonas, el producto y los servicios. Era una observación muy sagaz, procediendo de alguien que no había leído un periódico, no había visto la televisión ni había es¬cuchado la radio en toda su vida. En aquel momento deseé que el mundo entero pudiera oír a aquella mujer.

En lugar de llamarlo Outback, tal vez deberían con¬siderar aquel páramo como el centro de las inquietudes humanas.

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