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FELIZ NO CUMPLEAÑOS
Durante nuestro viaje se realizaron dos celebracio¬nes para honrar el talento de sendas personas. Todos los miembros de la tribu reciben este reconocimiento me¬diante una fiesta especial, pero no tiene nada que ver con la edad ni los cumpleaños; con ella se reconoce el carácter único de ese talento y su contribución a la vida. Según sus creencias, el paso del tiempo cumple el propósito de permitir a las personas que se vuelvan mejores, que expresen más y mejor su propio ser. Así pues, si eres mejor persona este año que el anterior, y sólo tú lo sabes con seguridad, debes ser tú quien con¬voque la fiesta. Cuando tú dices que estás preparado, todos lo aceptan.
Una de las celebraciones que presencié se dedicaba a una mujer cuyo talento o medicina en la vida era es-cuchar. Su nombre era Guardiana de los Secretos. Ella siempre estaba dispuesta a escuchar a quien fuera, sin importar sobre qué quisiera hablar, confesar o desaho¬garse, o qué peso deseara quitarse de encima. Conside-raba que las conversaciones eran privadas; en realidad no ofrecía consejos ni tampoco juzgaba. Sostenía la mano o la cabeza de la otra persona sobre su regazo y se limitaba a escuchar. A su modo parecía animar a la gente a hallar la solución por sí misma, a seguir los dic¬tados de su corazón.
Yo pensé en mis compatriotas, en la gran cantidad de jóvenes norteamericanos que no tienen la menor no-ción del sentido que deben dar a su vida, en las personas sin hogar que creen que no tienen nada que ofrecer a la sociedad, en los adictos a cualquier droga que quieren vivir en una realidad diferente a la única que hay. Sentí deseos de llevarles al desierto para que fueran testigos de lo poco que a veces se necesita para ser de provecho a la comunidad, y lo maravilloso que resulta conocer y experimentar el sentimiento de la propia valía.
Aquella mujer conocía sus puntos fuertes, como también los conocían los demás miembros de la tribu. En la fiesta participamos todos, Guardiana de los Secre¬tos sentada en un nivel ligeramente superior. Ella ha¬bía pedido que el universo proporcionara alimentos de brillante colorido, si era posible. Efectivamente, aquella tarde encontramos en nuestro camino plantas llenas de frutos.
Días antes habíamos visto caer un chaparrón a lo le¬jos y después hallamos docenas de renacuajos en pe-queños estanques de agua. Los renacuajos se colocaron sobre las rocas calientes, donde se secaron rápidamente para convertirse en una nueva forma de comida que ja¬más hubiera soñado. El menú de nuestra fiesta incluyó además una especie de criatura de desagradable aspecto que daba brincos por el fango.
En la fiesta tuvimos música. Yo enseñé a los Autén¬ticos un baile fronterizo de Texas, Cotton-Eyed loe, que adaptamos al ritmo de sus tambores, y pronto se oyeron grandes risas. Luego les expliqué que a los Mu¬tantes les gusta bailar en parejas y pedí a Cisne Negro Real que me acompañara. Enseguida aprendió los pasos de vals, pero no conseguimos producir el ritmo correc¬tamente. Yo empecé a tararear la melodía y animé a los demás a imitarme. Al poco rato todo el grupo tarareaba y bailaba el vals bajo el cielo de Australia. También les mostré el baile de figuras, en el que Outa se desenvolvió magníficamente como maestro de ceremonias. Esa no¬che decidieron que tal vez ya dominara el arte de curar en mi sociedad y deseara dedicarme a la música...
Fue la ocasión en que más cerca estuve de recibir un nombre aborigen. A mis compañeros de viaje les pa-recía que yo tenía más de un talento y estaban descu¬briendo que podía quererlos tanto a ellos como a su modo de vida sin dejar de ser leal al mío, así que me apodaron Dos Corazones.
En la fiesta de Guardiana de los Secretos, se fueron turnando para explicar el alivio que suponía tenerla a ella en la comunidad y lo valioso que era su trabajo para todo el mundo. Ella enrojeció, radiante pero humilde, y aceptó el elogio de un modo digno y regio.
Fue una gran noche. Antes de quedarme dormida, di las gracias al universo por un día tan memorable.
No hubiera aceptado marcharme con aquella gente sí me hubieran dado a elegir. No pediría renacuajo para comer si estuviera en un menu. Sin embargo, en aque¬llos momentos pensé en lo absurdas que han acabado siendo algunas de nuestras fiestas y en los maravillosos momentos que estaba disfrutando en el desierto.
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