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miércoles, 25 de abril de 2012

Las Voces del Desierto LA REVELACIÓN DEL TIEMPO DE ENSUEÑO

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LA REVELACIÓN DEL TIEMPO DE ENSUEÑO


En el interior había una estancia enorme de roca só¬lida de la que partían varios túneles en distintas direc-ciones. Unas vistosas banderas adornaban las paredes, y había estatuas que sobresalían en repisas naturales de la roca. Lo que vi en el rincón me hizo dudar de mi cor¬dura. ¡Era un jardín! Las rocas de la cima de la colina se habían dispuesto de forma que dejaran entrar la luz del sol y oí claramente el sonido del agua goteando sobre roca. El agua subterránea se canalizaba a través de una depresión en la roca y no dejó de correr mientras per¬manecimos allí. Era una atmósfera abierta, sencilla pero perdurable.

Ésa fue la única vez que vi a los miembros de la tri¬bu declarar lo que yo llamaría posesiones personales. En la cueva guardaban sus objetos ceremoniales, así como equipos más trabajados para dormir, con muchas pieles apiladas para disponer de lechos más cómodos. Reconocí las pezuñas de camello convertidas en herra¬mientas para cortar. Vi una habitación a la que yo llamo el museo. Allí guardaban las reservas de cosas acumula¬ das a lo largo de los años por los exploradores que vol¬vían de las ciudades. Había recortes de revistas con fo¬tos de televisores, ordenadores, automóviles, tanques, lanzadoras de cohetes, máquinas tragaperras, edificios famosos, razas diferentes, y todo tipo de platos en bri¬llantes colores. También tenían objetos como gafas de sol, una maquinilla de afeitar, un cinturón, una crema¬llera, imperdibles, alicates, un termómetro, pilas, varios lápices y bolígrafos, y unos cuantos libros.

Otra sección estaba dedicada a la confección de ropa. Tienen un comercio de lana y otras fibras con tri¬bus vecinas y algunas veces hacen cobertores con corte¬za de árbol. Ocasionalmente también hacen cuerdas. Observé a un hombre sentado, que cogía varias fibras con la mano y parecía enrollarlas sobre el muslo. Luego siguió retorciéndolas mientras iba añadiendo nuevas fibras hasta que consiguió un único y largo hilo. En-tretejiendo varios de estos hilos se hacían cuerdas de diferente grosor. También entretejen los cabellos para realizar múltiples objetos. En aquel momento no com¬prendí que aquellas personas se cubrían el cuerpo por¬que sabían que, a mi edad, me sería muy difícil, quizás imposible, llevar una vida normal sin ropas.

El día estuvo lleno de sorpresas. Outa me daba las explicaciones mientras explorábamos. En algunas zonas más hacia el interior se necesitaban antorchas, pero el área principal tenía un techo rocoso que podía modifi-carse desde el exterior para permitir que entrara una luz tenue o toda la fuerza del sol. La cueva de la tribu de los Auténticos no es un lugar de adoración. De hecho, sus vidas son en todo momento actos de adoración. Utili¬zan aquel lugar absolutamente sagrado para llevar un registro de la historia y para enseñar la Verdad, para preservar sus valores. Es el refugio donde se protegen de las ideas Mutantes.

Cuando regresamos a la cámara principal, Outa co¬gió las estatuas de madera y piedra y me las mostró para que las examinara más de cerca. Las amplias ventanas de su nariz se ensancharon al explicarme que los tocados denotaban la personalidad de cada estatua. Un tocado corto representaba las ideas, la memoria, la toma de de¬cisiones, la conciencia física de los sentidos corporales, placeres y dolores, todo lo que yo relacionaba con la mente consciente y subconsciente. El tocado alto repre¬sentaba la parte creativa de la personalidad, el modo en que explotamos los conocimientos e inventamos obje¬tos que aún no existen, tenemos experiencias que pue¬den o no ser reales y captamos la sabiduría aprendida por todas las criaturas y los seres humanos que han exis¬tido a lo largo del tiempo. La gente busca información, pero no parece darse cuenta de que también la sabiduría necesita expresarse. El tocado alto representaba también nuestro auténtico yo perfecto, la parte eterna de cada uno de nosotros a la que podemos recurrir cuando nece¬sitamos saber si una acción que queremos emprender será por nuestro supremo bien. También había un tercer tocado que enmarcaba el rostro tallado y caía por detrás hasta tocar el suelo. Éste representaba el vínculo de to¬dos los aspectos: físico, emocional y espiritual.

La mayoría de las estatuas eran increíblemente deta¬lladas, pero me sorprendió ver una que no tenía pupilas en los ojos. Parecía un símbolo ciego, sin vista. «Voso¬tros creéis que la Divina Unidad ve y juzga a las perso-nas —explicó Outa—. Nosotros creemos que la Divina Unidad siente la intención y la emoción de los seres, que no está tan interesada en lo que hacemos como en el modo de hacerlo.»

Aquélla fue la noche más significativa de todo el via¬je. Fue entonces cuando comprendí por qué estaba allí y que se esperaba de mi.

Se realizó una ceremonia. Yo contemplé a los artis¬tas que preparaban pintura blanca con arcilla de pipas: dos tonos de rojo ocre y uno de amarillo limón. Hace¬dor de Herramientas hizo pinceles con trozos de corte¬za de unos quince centímetros de largo, mascados y deshilachados con los dientes. Otros pintaron comple¬jos dibujos y figuras de animales. A mí me pusieron un atuendo de plumas, algunas del pálido color vainilla del emú; tenía que imitar a la cucaburra. Mi parte de la pie¬za ceremonial consistiría en representar al pájaro como mensajero que vuela hasta los confines del mundo. La cucaburra es un hermoso pájaro, pero hace un sonido estridente que a menudo se compara con el rebuzno de un burro. La cucaburra tiene un fuerte instinto de su-pervivencia. Es un pájaro grande y parecía apropiado para mí.

Después de bailar y cantar, formamos un pequeño círculo. Éramos nueve: el Anciano, Outa, Hombre Me-dicina, Mujer que Cura, Guardiana del Tiempo, Guar¬diana de la Memoria, Pacificador, Amigo de los Pájaros yyo.

El Anciano se sentó justo delante de mí, con las piernas dobladas a modo de cojín; se inclinó hacia delante para mirarme a los ojos. Alguien de fuera del círculo le tendió una copa de piedra llena de líquido. Él bebió. Su mirada penetró en lo más profundo de mi co¬razón y no se apartó cuando pasó la copa hacia su dere¬cha. Habló así:

«Nosotros, la tribu de los Auténticos Hombres de la Divina Unidad, vamos a abandonar el planeta Tierra. En el tiempo que nos resta hemos decidido vivir el más alto nivel de vida espiritual: el celibato, un modo de de-mostrar la disciplina física. No tendremos más hijos. Cuando muera el más joven de nosotros, él será el últi¬mo de la raza humana pura.

»Somos seres eternos. Hay muchos lugares en el universo en el que las almas que nos han de seguir to-marán forma corporal. Nosotros somos los descendien¬tes directos de los primeros seres. Hemos pasado la prueba de la supervivencia desde el principio de los tiempos, manteniéndonos leales a los valores y leyes originales. Es nuestra conciencia colectiva lo que ha mantenido la tierra unida. Ahora hemos recibido per¬miso para marcharnos. Los humanos de este mundo han cambiado y han alejado una parte del alma de la Tierra. Nosotros vamos a unirnos con ella en el cielo.

»Tú has sido elegida como mensajera mutante para decirles a los tuyos que nos vamos. Os dejamos la Madre Tierra a vosotros. Rezamos para que acabéis compren¬diendo lo que vuestro modo de vida le está haciendo al agua, a los animales, al aire y a vosotros mismos. Re¬zamos para que acabéis encontrando la solución a vues¬tros problemas sin destruir este mundo. Hay Mutantes que están a punto de recuperar el espíritu individual de su auténtica existencia. Con el esfuerzo necesario aún hay tiempo para evitar la destrucción del planeta, pero nosotros ya no podemos ayudaros. Nuestro tiempo se ha acabado. Han cambiado las lluvias, el calor ha aumentado, y hemos visto disminuir la reproducción de plantas y animales durante años. Ya no podemos pro¬porcionar formas humanas para que las habiten los espíritus, porque pronto no habrá agua ni comida en el desierto.»

Mi mente era un torbellino de pensamientos. Por fin lo comprendía todo. Al cabo de tanto tiempo se ha¬bían abierto a una extraña porque necesitaban una men¬sajera. Pero ¿por qué yo?

La copa de líquido había llegado a mis manos. Tomé un sorbo. Tenía un sabor que quemaba, como de vinagre mezclado con whisky puro. Lo pasé hacia mí derecha.

El Anciano continuó: «Ha llegado el momento de que descanses el cuerpo y la mente. Duerme, hermana, mañana volveremos a hablar.»

El fuego se había consumido y no quedaban más que los rescoldos de rojo resplandeciente. El calor se elevaba para abandonar la cueva a través de las abertu¬ras del techo rocoso. No podía dormir. Hice un gesto a Pacificador indicándole si podíamos hablar. Él contestó afirmativamente. Outa también aceptó, así que los tres iniciamos una profunda y compleja conversación.

Pacificador, con un rostro tan erosionado como la tierra por la que habíamos viajado, me dijo que en el principio de los tiempos, en lo que ellos llaman «el tiempo de ensueño», la Tierra toda estaba unida. La Di¬vina Unidad creó la luz, el primer amanecer rasgó la os¬curidad eterna y total. El vacío se usó para colocar mu¬chos discos que giraban en los cielos. Nuestro planeta, plano y sin accidentes, era uno de ellos. No había ni un solo lugar donde refugiarse, su superficie estaba desnu¬da. Todo era silencio. No había una sola flor que se inclinara al viento, ni siquiera corría la brisa. No había pájaro ni sonido alguno que penetrara el vacío. Enton¬ces la Divina Unidad extendió el conocimiento a todos los discos, dándole diferentes cosas a cada uno. La con-ciencia fue lo primero. De ésta surgió el agua, la atmós¬fera y la tierra. Se introdujeron todas las formas de vida temporales. «Mi gente cree que a los Mutantes les cues¬ta definir lo que vosotros llamáis Dios porque son fa-náticos de la forma. Para nosotros, la Unidad no tiene tamaño, forma ni peso. La Unidad es esencia, creativi-dad, pureza, amor, energía ilimitada e infinita.»

Muchas de las historias tribales se refieren a una Serpiente Arco Iris que representa la sinuosa línea de la energía o conciencia que comienza como una paz total, cambia de vibración, y se convierte en sonido, color y forma.

Yo percibí que no era la conciencia de estar despier¬to o inconsciente lo que intentaba explicar Outa, sino más bien una especie de conciencia creadora. Esta con¬ciencia lo es todo. Existe en las rocas, plantas, animales y en la humanidad. Los seres humanos fueron creados, pero el cuerpo humano sólo alberga nuestra parte eter¬na. Otros seres eternos habitan en otros lugares por todo el universo. Es creencia de la tribu que la Divina Unidad creó primero a la mujer, y que el mundo surgió cantando. La Divina Unidad no es una persona. Es Dios, un poder supremo, totalmente positivo y lleno de amor, y creó el mundo mediante la expansión de su energía.

Ellos creen que los humanos están hechos a ima¬gen de Dios, pero no de su imagen física, ya que Dios no tiene cuerpo. Las almas fueron hechas a imagen y semejanza de la Divina Unidad, lo que significa que son capaces de una paz y un amor puros, y tienen la capacidad de crear y cuidar muchas cosas. Nos fue con-cedido el libre albedrío y este planeta como un lugar de aprendizaje de las emociones, que son incompara-blemente intensas cuando el alma adquiere forma hu¬mana.

El tiempo de ensueño se divide en tres partes, según me dijeron. Era el tiempo antes del tiempo; también existía el tiempo de ensueño cuando apareció la Tierra, pero aún no tenía carácter. Los primeros hombres, que experimentaban con emociones y acciones, descubrie¬ron que eran libres de enfadarse cuando quisieran, que podían buscar cosas o situaciones que provocaran su enfado. Pero preocupación, avaricia, luj una, mentiras y poder no eran sentimientos y emociones que uno debiera desarrollar y, para demostrarlo, los primeros hombres desaparecieron y en su lugar surgió una masa de rocas, una cascada, un risco o lo que fuera. Estas co¬sas existen aún en el mundo y son motivo de reflexión para cualquiera que tenga la sabiduría de aprender de ellas. Es la conciencia la que ha formado la realidad. La tercera parte del tiempo de ensueño es el presente.

La ensoñación perdura; la conciencia sigue creando nuestro mundo.

Ésta es una de las razones por las que no creen que la tierra estuviera destinada a ser propiedad de alguien. La tierra pertenece a todas las cosas. Compartir, esta¬blecer acuerdos, es el único método realmente humano. La posesión es el extremo de la exclusión de los demás por una inmoderada satisfacción propia. Antes de que llegaran los británicos, nadie en Australia carecía de tierra.

La tribu cree que los primeros humanos de la Tierra aparecieron en Australia cuando todas las tierras eran una sola. Los científicos llaman Pangea a la masa única de tierra que existió hace unos 180 millones de años y que acabó escindiéndose en dos. Laurasis contenía los continentes del norte y Gondwanaland se componía de Australia, la Antártida, la India, África y Sudamérica. La India y África se separaron hace sesenta y cinco mi-llones de años, dejando debajo a la Antártida y a Aus¬tralia, y Sudamérica en medio.

Según cuenta la tribu, en los albores de la humani¬dad los hombres empezaron a explorar y emprendieron walkabouts a lugares cada vez más lejanos. Se encon¬traron entonces con nuevas situaciones, y en lugar de confiar en principios básicos adoptaron emociones y acciones agresivas para sobrevivir. Cuanto más lejos viajaron, más cambió su sistema de creencias, más se al¬teraron sus valores y, al final, incluso su aspecto físico evolucionó hacia un color de piel más claro en zonas septentrionales más frías.

Ellos no discriminan por el color de la piel, pero creen que todos procedemos de un solo color y que acabaremos volviendo a él.

A los Mutantes los definen por unas características específicas. En primer lugar, los Mutantes ya no pueden vivir en un ambiente natural. La mayoría se muere sin saber qué se siente al estar desnudo bajo la lluvia. Cons-truyen casas con calor y frío artificiales y sufren insola¬ciones al aire libre con temperaturas normales.

En segundo lugar, los Mutantes ya no tienen el buen sistema digestivo de los Auténticos. Tienen que pulverizar, emulsionar, cocinar y conservar los alimen¬tos. Comen más cosas artificiales que naturales. Han llegado incluso a padecer alergias provocadas por ali¬mentos naturales y el polen del aire. Algunas veces los Mutantes recién nacidos ni siquiera toleran la leche de su propia madre.

Los Mutantes tienen un juicio limitado porque mi¬den el tiempo en relación consigo mismos. No recono¬cen más tiempo que el presente, y por tanto destruyen sin la menor consideración por el futuro.

Pero la gran diferencia entre los humanos de ahora y el modo en que fueron originalmente es que los Mu-tantes tienen un foco de miedo. Los Auténticos no tie¬nen miedo. Los Mutantes amenazan a sus hijos. Nece-sitan policías y prisiones. También la seguridad del gobierno se basa en la amenaza de las armas sobre otros países. Para la tribu el miedo es una emoción del reino animal, donde desempeña un importante papel para la supervivencia. Pero si los humanos conocen la Divina Unidad y comprenden que el universo no es un aconte-cimiento fortuito sino un plan en desarrollo, nada pue¬den temer. O bien tienes fe o bien tienes miedo, pero lo que no puedes tener es ambas cosas a la vez. Ellos creen que las cosas generan miedo. Cuantas más cosas tienes, más tienes que temer. Al final sólo vives para tener cosas.

Los Auténticos me explicaron lo absurdo que a ellos les parecía que los misioneros insistieran en ense¬ñar a sus hijos a juntar las manos y dedicar dos minutos a dar las gracias antes de las comidas. ¡Ellos se despier¬tan dando las gracias! Ellos no dan nunca nada por su¬puesto en todo el día. Si los misioneros tienen que ense¬ñar a los niños de su propia gente a dar las gracias, lo que es innato en todos los seres humanos, la tribu cree que deberían preocuparse seriamente por su sociedad. Tal vez sean ellos los que necesitan ayuda.

Tampoco entienden por qué los misioneros les prohíben las ofrendas a la tierra. Todo el mundo sabe que cuanto menos tomes de la tierra, menos habrás de devolverle. Los Auténticos no ven nada salvaje en pagar una deuda o mostrar gratitud a la tierra haciendo que unas cuantas gotas de tu propia sangre se derramen so-bre la arena. Creen además que se ha de honrar el deseo individual de una persona que quiera dejar de alimen-tarse y se siente al aire libre para poner fin a su existen¬cia terrena. No consideran que la muerte por enferme-dad o accidente sea natural. Después de todo, dicen, en realidad no se puede matar lo que es eterno. No puedes crearlo ni tampoco matarlo. Creen en el libre albedrío; el alma elige libremente venir; así pues, ¿ cómo pueden ser justas las leyes que dicen que el alma no puede vol¬ver a su casa? No es una decisión personal que se tome en esta realidad manifestada. Es un ser omnisciente quien toma la decisión a nivel eterno.

Creen también que el modo natural de abandonar la experiencia humana es ejercitando el libre albedrío. Ha-cia los 120 o 130 años de edad, cuando la persona se emociona pensando en volver a «la eternidad», y tras preguntarle a la Unidad si es por el bien supremo, con¬vocan una fiesta, una celebración de su vida.

Durante siglos, los Auténticos han practicado la costumbre de decir la misma frase a todos los recién na-cidos, de modo que cada persona oye exactamente las mismas primeras palabras humanas: «Te amamos y te apoyamos en el viaje.» En la celebración final, todo el mundo la abraza y repite esta frase otra vez. ¡Lo que oyen al llegar es lo que oyen al partir! Luego la persona que parte se sienta en la arena y cierra los sistemas cor¬porales. En menos de dos minutos ha muerto. No hay tristeza ni lamentos. Mis compañeros aceptaron ense¬ñarme su técnica para pasar del plano humano al plano invisible cuando estuviera preparada para la responsabi¬lidad de semejante conocimiento.

La palabra Mutante parece ser un estado del cora¬zón y de la mente, no es un color ni una persona. ¡Es una actitud! Es alguien que ha perdido o rechazado la antigua memoria y las verdades universales.

Al fin tuvimos que concluir nuestra conversación. Era muy tarde y todos estábamos exhaustos. La cueva, antes vacía, se había llenado de vida. Antes mi cerebro contenía años de educación, pero en ese momento pare¬cía una esponja para un conocimiento diferente y más importante. El modo de vida de la tribu era tan ajeno a mí, y tan profunda la capacidad de comprensión nece¬saria, que di las gracias cuando mi mente se cubrió de un barniz de pacífica inconsciencia.

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