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miércoles, 25 de abril de 2012

Las Voces del Desierto LIBERADA

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LIBERADA



Tras una buena escalada acampamos en un terreno elevado, a una altitud mucho mayor a la acostumbrada. El aire era fresco y vivificante y me dijeron que el océa¬no estaba cerca, aunque no se veía.

Era de mañana, muy temprano. Todavía no había salido el sol, pero muchos de mis compañeros se habían levantado ya. Prepararon una fogata matinal, raro acon¬tecimiento. Alcé la vista y vi al halcón posado en un ar-bol sobre mi cabeza.

Realizamos el acostumbrado ritual de cada mañana y luego Cisne Negro Real me cogió de la mano y me acercó más al fuego. Quta me dijo que el Anciano que¬ría expresar una bendición especial. Los demás se con-gregaron en derredor; yo me hallaba dentro de un círculo de brazos extendidos. Todos los ojos estaban ce-rrados y los rostros apuntaban hacia el cielo. Cisne Ne¬gro Real habló a las alturas. Quta me tradujo:

«Hola, Divina Unidad. Nos hallamos aquí ante ti con una Mutante. Hemos caminado con ella y sabemos que todavía conserva una chispa de tu perfección. Hemos influido en ella y la hemos cambiado, pero trans¬formar a un Mutante es una tarea muy difícil.

»Verás que su extraña piel pálida se está volviendo de un tono moreno más natural y que su pelo blanco crece y se aparta de su cabeza en el que ha enraizado un hermoso cabello oscuro. Pero no hemos podido alterar el extraño color de sus ojos.

»Hemos enseñado mucho a la Mutante y hemos aprendido de ella. Parece ser que los Mutantes tienen algo en su vida llamado salsa. Conocen la verdad, pero la entierran bajo el espesor y las especias de la con-veniencia, el materialismo, la inseguridad y el miedo. También tienen algo en sus vidas que llaman glaseado. Al parecer representa el modo en que malgastan casi toda su existencia en proyectos superficiales, artificiales, temporales, de agradable sabor y atractiva apariencia, pero dedican muy pocos segundos a desarrollar su ser eterno.

»Hemos elegido a esta Mutante y la liberamos, como un pájaro al borde del nido, para que se aleje volando, muy alto y muy lejos, y para que chille como la cucaburra, y le cuente a sus oyentes que nosotros nos vamos.

»No juzgamos a los Mutantes. Rezamos por ellos y los liberamos, al igual que rezamos y nos liberamos a nosotros mismos. Rezamos para que examinen deteni¬damente sus acciones y sus valores y para que aprendan antes de que sea demasiado tarde que toda la vida es una. Rezamos para que dejen de destruir la Tierra y de destruirse a sí mismos. Rezamos para que haya sufi¬cientes Mutantes a punto de convertirse en Auténticos que cambien las cosas.

»Rezamos para que el mundo Mutante escuche y acepte a nuestra mensajera.

»Fin del mensaje.»

Mujer Espíritu me acompañó un trecho y, cuando el sol empezaba a despuntar, señaló la ciudad que se ex-tendía ante nosotros. Había llegado la hora de regresar a la civilización. Su arrugado rostro moreno y sus pene¬trantes ojos negros miraron más allá del borde del risco. Habló entonces en su áspera lengua nativa, sin dejar de señalar la ciudad, y yo comprendí que aquélla sería una mañana de liberación, que la tribu me liberaba, que mis maestros me dejaban marchar. ¿Hasta qué punto había aprendido sus lecciones? Sólo el tiempo lo diría. ¿Lo re¬cordaría todo? Era extraño, pero me preocupaba más el mensaje que debía entregar que mi vuelta a la sociedad aussie.

Regresamos al grupo, y cada uno de los miembros de la tribu se despidió de mí. Intercambiamos lo que parece ser una forma universal de despedida entre ami¬gos verdaderos, un abrazo. Outa dijo: «Nada podíamos darte que tú no tuvieras ya, pero creemos que, aunque no pudiéramos darte nada, tú has aprendido a aceptar, a recibir y a tomar de nosotros. Ese es nuestro regalo.» Cisne Negro Real me cogió las manos. Me pareció que tenía lágrimas en los ojos. Recuerdo que yo sí las tenía. «Por favor, no pierdas jamás tus dos corazones, amiga mía —dijo, y Outa me tradujo sus palabras—. Viniste a nosotros con dos corazones abiertos. Ahora están llenos de comprensión y emoción tanto para nuestro mundo como para el tuyo. Tú también me has dado a mí el regalo de un segundo corazón. Ahora tengo cono¬cimientos y comprensión que van más allá de lo que hubiera podido imaginar. Aprecio tu amistad. Ve en paz, nuestros pensamientos están puestos en tu protección. »

Sus ojos parecieron iluminarse desde el interior cuando añadió con aire pensativo: «Volveremos a en-contrarnos, sin nuestros molestos cuerpos humanos.»

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