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domingo, 7 de septiembre de 2014

Respira y sabe sobre las Ocho Felicidades!




-Y cuando nos lastiman, ¿qué haremos? ,-preguntó el discípulo.

-Respira y agradece -contestó el maestro-.
 En ese momento se te concede la llave de las ocho felicidades. 
con las que abrirás tu alma para forjar su real punto de temple. 
Conocerás la alegría del desprendimiento,
 la levedad de las alas remontándote sobre las sombras de la tristeza,
 el abandono, la rabia, los juicios, el desamor, la ausencia del tacto esencial,
 la aparente noche del sueño.
 Entrarás en el reino donde se desvanece todo límite, toda línea de separatividad.


-¿Y cuando somos nosotros los que lastimamos?
- preguntó inquieto, esta vez, el discípulo, aquejado quizás por una antigua sombra.

-Respira y respira. Agradece y respira. 
Llámate al silencio y respira. 
Es todo lo que debes hacer. 

Sólo hundiéndote en el abismo supremo
 de cada inhalación y cada exhalación, evitarás la tentación de justificarte. 

Éste es el tiempo de contemplar el dolor del otro, ese que tú causaste. 

No te pertenece y nada puedes hacer por el otro. 

El verá cómo
 y si respira a través de ese dolor para encontrar, o no, el punto de temple
 de su propia alma. 

La contemplación en silencio del dolor del otro es parte ineludible de tu redención.

Deja que las lágrimas que el otro derrama por "tu" causa
 sean lluvia mansa en tu corazón. 

No permitas que te agobien ni la pena ni la culpa. 

Permanece en silencio, respirando.

-¿Por qué debo renunciar a la justificación? 
A veces a uno le pasan cosas que...

-Huye de la justificación como de la peste. 
Elévate sobre la tentación de las explicaciones que enredarán tu mente
 y llevarán más dolor al corazón del otro.

Si contemplas tu vida desde la llanura de la víctima de su destino,
 pronto hallarás un sin fin de excusas, 
y más pronto aún de motivos para justificar tus acciones. 

Habrás perdido el camino 
y el sentido real de esas acciones, 
de las que has venido a aprender, y ellas a enseñarte. 

Encaramado en la cresta de la soberbia y las razones,
 la niebla volverá a tender su manto sobre tu esencia
 y sobre la vista de tu propia dimensión. 
Respira en cada inhalación el aliento del universo
 y en cada exhalación la profundidad de la tierra. 

En el asiento de la humildad 
está lo infinitésimo de tu existencia
 y lo infinito de la idea de amor que te dio origen.

-Antes hablaste las ochos felicidades...

-Sí. Respira en ellas a través del dolor que provocaste en otro ser. 
Recíbelos, al dolor y al doliente 
en la receptividad de la tierra
dándole tu mejor acogida, 
ofrendándote para recibirlos,
 ábrete en silencio e inhálalos.

Es el tiempo de pausa, 
donde la inmovilidad de la montaña acogerá secretos y milagros.

Esas lágrimas de dolor que el otro derramó por tí 
se y te liberarán de cargas y deshechos 
al disolverse en el abismo del agua.

Exhala con
y siente la potencia creadora que renace
 y adquiere la movilidad del trueno
 aleteando en las incipientes gotas de rocío redentor.

Deja que se expanda, maravíllate, agradece,
 siente disolverse el afuera y el adentro 
y transformarse en el Uno, en el Todo.

Respira y vive
 la luminosidad del fuego de ese nuevo ciclo. 
Ya los sentimientos, las sensaciones humanas, tan humanas,
 han sido cambiadas, inexorablemente.

Ya el dolor que viste en el otro es tu dolor, 
porque has comprendido, respirando, 
que el otro y tú son parte de un mismo Ser,
 y no hay nada que puedas hacerle al otro 
que no le hagas al Todo y a tí mismo.

Sentirás que al fin, suavemente, 
en ese incesante movimiento de expansión y contracción que es la vida,
 se instala en tu corazón redimido,
 la bienaventurada calma del lago en la que descansarás,
 ligeramente, después de siglos de agobio...

Anhelante, dispuesto, vacío nuevamente, 
página en blanco para que la creatividad del cielo
descienda como le plazca, arrebatada o dulcemente 
en un pulso de vida pronto para ser estrenado...

El maestro quedó en silencio. 
El flujo de su aliento vital era acompañado 
por el movimientos de las alas de una mariposa 
que permanecía suspendida cerca de sus labios.

El discípulo sintió de pronto que una lágrima
 brotaba de sus profundidades como un manantial purísimo.
Se sintió muy liviano...
Cerró los ojos.
Y despertó.


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