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martes, 11 de agosto de 2009

Los Órdenes del Amor (2ª parte)

La actitud amorosa

Las ideas principales de Bert Hellinger sobre los Órdenes del amor, tal como han sido expuestas en un artículo anterior de esta Revista, se hallan en la base de su práctica terapéutica. Estas ideas -es importante dejarlo claro- no constituyen en modo alguno algo parecido a un cuerpo dogmático ni tampoco un conjunto de afirmaciones metafísicas. Buena parte de ellas son comunes a otras escuelas de terapia sistémica, como la estructural (Salvador Minuchin) o la transgeneracional (Ivan Boszormenyi-Nagy). Otras son aportaciones originales de Bert Hellinger. En cualquier caso todas ellas se basan en la práctica clínica, a modo de hipótesis que se confirman una y otra vez.


Podríamos ilustrar las mismas ideas expuestas en el citado artículo anterior sobre los Órdenes del Amor describiendo la actitud de alguien (a quien vamos a llamar “N.N.”) ante diversas figuras y acontecimientos de su sistema familiar.

Para ello N.N. se ubica imaginariamente ante sus padres. Puede hacerlo solamente con su imaginación o, de forma más física, utilizar algo o alguien que los represente (fotografías, personas que se presten a representarlos, etc.). Y les dice:

“Os doy las gracias. Lo tomo todo de vosotros.
Vosotros dais, yo tomo.
Vosotros sois los grandes, yo soy el pequeño.
Siempre seréis para mí los primeros.
Y dedicaré mi vida a sacar provecho de lo que me habéis dado.”

Veamos, en relación con este texto, algunas precisiones importantes:

  1. No se trata de una comunicación verbal que N.N. diga o tenga que decir “en vivo” a sus padres. Se trata, simplemente, de una expresión que define una actitud interior. Son palabras que, en este caso, sirven sólo para exteriorizar de forma consciente una toma de posición “ordenada” ante los padres.
  2. Tampoco se trata de una expresión literal. Cabe, en su lugar, cualquier otro tipo de palabras o frases que mantengan el mismo significado o definan la misma actitud.
  3. Por último, tampoco se trata de “afirmaciones positivas” en el sentido usual de “pensamientos positivos”. En otras palabras: si la actitud que así se expresa resulta forzada, no se recomienda la técnica de repetir o machacar hasta que “suene” natural. Más bien cabría sospechar algún tipo de dificultad que podría requerir abordaje terapéutico, de modo idóneo a través del método de Constelaciones Familiares.

Acto seguido N.N. mira la imagen de sus padres o de su representación. Poco a poco se da la vuelta hasta quedar de espaldas a ellos, pero apoyándose en ellos. Con este cambio de configuración se puede representar el agua fluyendo de su fuente. A partir de aquí N.N. está en disposición de encarar la vida o cualquier realidad concreta de la vida (personas, acontecimientos) que N.N. necesite encarar.

Esta actitud respecto de los padres resulta igualmente apropiada en relación con otros antepasados (abuelos, bisabuelos, etc.), con los matices pertinentes. Así por ejemplo, en relación con los abuelos, la expresión podría ser:

“Me inclino ante vosotros como mis anteriores.
Y os doy las gracias por mis padres.
Gracias a vosotros yo los tengo.
Lo tomo todo de ellos, y todo lo que viene de vosotros a través de ellos.
En memoria vuestra le sacaré provecho.”

Incluir expresamente a otros antepasados produce, normalmente, una experiencia de mayor fuerza para encarar la vida. Utilizando la misma imagen anterior, cuando N.N. se da la vuelta y se apoya en sus padres se encuentra, tras ellos, toda la hilera de antepasados, tan larga como pueda imaginar o confeccionar. Todo un caudal de vida anterior tiene su continuidad hasta N.N. y, a través de él, hacia generaciones nuevas.

En el pasado han podido suceder acontecimientos trágicos. Uno de los padres, o cualquier otro antecesor, ha podido tener un destino difícil: pudo, a su vez, haber perdido temprano a uno de sus padres, haber perdido un hijo también a edad temprana, haber tenido una enfermedad dolorosa, una muerte trágica o violenta, haber sido encarcelado, haber sido objeto de abusos, etc. O lo contrario: puede haber sido perpetrador de desgracias ajenas. En tales casos es importante que N.N. se dirija a él expresando, de una u otra forma, lo siguiente:

“Ahora te veo, y te doy un lugar en mi corazón.
Respeto tu destino, y la forma como lo llevaste.
Y también tomo lo que de ti viene.
Le sacaré provecho en tu memoria.
Por el momento me quedo en la vida, y te ruego me mires con buenos ojos si me va bien.
Y ahora me retiro, y te dejo con los tuyos.”

Si dos antepasados han sido infelices juntos, o han tenido conflictos importantes entre ellos, se puede incluir:

“Me inclino ante vosotros, y no os juzgo.
En mi interior sois uno.”

Un aspecto importante en el enfoque de Bert Hellinger es que los vínculos de sangre que conforman el alma familiar no son sólo los de vida, sino también los de muerte. Dicho de otra forma: entre perpetradores y víctimas (asesinatos, violaciones, hechos de guerra, etc.) se crea un vínculo tan fuerte que los incluye igualmente en el alma familiar (de unos y otros, en este caso). Y, como vimos en el artículo anterior, el alma no tolera exclusiones. Por ello, en los hechos trágicos que N.N. mire en relación con sus antepasados, es necesario incluir a las otras personas afectadas, sean víctimas o perpetradores, de la siguiente forma:

“Te veo a ti, y te veo también a ti.
Me inclino ante vosotros, y no os juzgo.
Respeto vuestro destino y la voluntad superior que os condujo a él.
Y también puedo veros reunidos en la muerte.
Por favor, miradme con buenos ojos si me oriento a la vida y en ella me va bien.
Y ahora me retiro y os dejo en paz.”

Sólo es posible lograr la paz cuando, más allá del cualquier esquema de buenos y malos o de culpables e inocentes, N.N. o cualquiera de nosotros podemos confiarnos a la vida y a sus, a veces, inexplicables vericuetos.

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