El Romero
una medicina en la cocina
Dr. Adolfo Garijo
«El espíritu del romero es perfumado, curativo y alegre»
Y en verdad este arbusto que crece abundante en casi toda España, está lleno de virtudes. Entre ellas su excelente aroma, que es una razón para que haya llegado a formar parte de nuestros platos de cocina.
Su nombre oficial es Rosmarinus, que antes se creía formado por el vocablo «Ros» (arbusto) y «marinus» (marino). Pero actualmente los entendidos se inclinan por hacer derivar el nombre de la voz griega «Rops», que significa arbusto, y «myrinos», es decir, aromático. En la simbología cristiana, el romero representa la fidelidad. Y en Inglaterra es muestra de lealdad y de dulces recuerdos, razón por la que se le hace crecer en los cementerios. Ofelia lo expresa clara y bellamente en Hamlet cuando dice: «Este es el romero para el recuerdo. Te ruego, amor, que recuerdes». También las damas de honor, en las bodas antiguas, llevaban ramos de romero con sus florecitas azul pálido como signo de la constancia en el amor. Y aunque la palabra romero tiene otra acepción, pues se llama romero a aquel que fue a Roma en peregrinación y de ahí la palabra romería, en mi infancia yo nunca pensé en tan larga etimología, siempre creí que a las romerías se las llamaba así porque todo el mundo llevaba ramitas, generalmente de romero.
De sus virtudes medicinales, tenemos noticias desde antiguo. Andrés Laguna hace de él los siguientes comentarios: «Es el romero caliente y seco en el segundo grado. Su sahumerio sirve admirablemente a la tose, al catarro y al romadizo. Preserva la casa del aire corrupto y de la pestilencia, y hace huir las serpientes della. Comida su flor en conserva, conforta el celebro, el corazón y el estómago. Aviva el entendimiento, restituye la memoria perdida, despierta el sentido, y, en suma, es saludable remedio contra todas las enfermedades frías de cabeza y de estómago».
El espíritu del romero es perfumado, curativo y alegre. El olor que deja en nuestras manos si le rozamos al pasar, nos deleitará durante el tiempo que dure su aroma. Si al caminar pisamos algún matojo, su fragancia suave y dulce, nos hará ensoñar un instante. De la flor del romero extraen nuestras abejas aromas para la miel. Es, me atrevo a afirmar, ésta, la más natural de las recetas de R omero.
El romero se emplea con carnes, pescados y en determinadas salsas. Proporciona un sabor agradable al guiso y nos facilita la digestión. La naturaleza, sabia, hace que nos guste aquello que sienta bien para sus fines y facilitar buenas digestiones es, sin duda, uno de ellos. Es este un punto importante que nunca me canso de considerar: las especies facilitan la ingestión de la comida por cuanto aumentan su «sabor». Pero también contribuyen notablemente a la digestión de esa comida, facilitando la acción de jugos y enzimas digestivos. Usar sabiamente del tomillo, ajo, perejil, pimienta y cuantas especias pueblan los frascos de nuestras cocinas, hará las delicias de los que se sienten a nuestra mesa. Abusar de ellas, es regalar pesadas indigestiones.
En medicina, la infusión de flores de romero nos proporciona un poderoso vulnerario. «Mala es la llaga que el romero no la sana». Las llagas y heridas deben ser lavadas al menos dos veces al día con esta agua que se prepara de nuevas cada vez. No es de extrañar que con tantas y tan preciosas cualidades, el romero entrara a formar parte de nuestros sentimientos colectivos y nuestras leyendas. Así cuentan que María, en su huida a Egipto, echó su manto azul sobre el romero, que en aquel tiempo tenía las flores blancas y, a partir de entonces, en su honor, florecen de color azul. Los antiguos pensaban que el romero era capaz de rejuvenecer. Durante el siglo XVI se preparaba el agua de la reina de Hungría, quien, según narra la leyenda, estando muy entrada en años, quería casarse. Comenzó a tomar tres veces al día un baño de agua de romero. Al cabo de algún tiempo, su vieja piel se cayó y, en su lugar, le quedó otra, tersa, joven y suave. La fama del romero, era en efecto mucha en los tiempos antiguos. Lo encontramos en El Quijote formando parte nada más y nada menos que del bálsamo de Fierabrás. Remedio último y poderosísimo que usa Alonso Quijada cuando se ve apaleado por arrieros en una venta. No es seguro que le curara, pero desde luego, le removió las entrañas no menos que al pobre Sancho, que también lo tomó a escondidas.
Destilando con alcohol las sumidades floridas de romero, obtenemos un aceite suave y muy perfumado, el ya nombrado Agua de la Reina de Hungría. Del que se decía que contribuía a mantener la eterna juventud. Quizá no llegue a tanto su poder, o que en estos tiempos no tenemos la fe suficiente como para provocar milagros, pero si prepara la receta de cordero al romero (mejor para mi gusto cabrito, al que soy más aficionado) mézclelo con un buen vino de rioja, y por poca fe que posea, podrá paladear un verdadero milagro.